La señora que arreglaba esta mañana mi cuarto del hotel es una emigrante, que llegó a los Estados Unidos cruzando el río. Era apenas una niña de diez años cuando, un día, sus padres decidieron trasladarse a ese país, en busca de un “futuro mejor”. ¿Futuro mejor?
-Mire, señor -me dijo-, este es el “futuro mejor” que logré: ser una simple mucama.
Sus manos, llenas de callos; su rostro, surcado por arrugas profundas que la vida le abrió; su sonrisa nostálgica, adormecida en algún momento de su triste historia, describían el dolor y el sufrimiento que las circunstancias le habían impuesto.
Me quedé pensando mucho tiempo en su historia, y salí a caminar. Me había propuesto andar cinco kilómetros. Y, aunque había mucha naturaleza a lo largo de mi camino, la historia de la mucama seguía molestándome. Como si fuese mi propia historia; como si yo también, un día, hubiese “cruzado el río” buscando un futuro mejor...
A fin de cuentas, ¿no es lo que todos buscamos? ¡Un futuro mejor! ¿Lo alcanzaste? O tú también, como aquella señora, miras a tu presente y piensas que no valió la pena haber “cruzado el río”.
Lo que me intriga es el hecho de que esa buena señora llega al trabajo en su propio auto, vive en casa propia, no tiene necesidad de pagar alquiler, y sus hijos estudian en la universidad del Estado. Quiere decir, de alguna manera, que su situación ha mejorado; si hubiese permanecido en su país, no tendría las cosas que ha logrado aquí. Con trabajo, es verdad; enfrentando las dificultades de una vida dura, sin duda. Pero, ha logrado cambiar el destino de su familia, porque la próxima generación, con toda seguridad, no padecerá más las privaciones que ella tuvo cuando era niña.
Pero, ella no es feliz. Su corazón continúa vacío, y llora la angustia de buscar y buscar, sin encontrar. La razón es que ella limita el “futuro mejor” a cosas y comodidad material.
Lo que ella no sabe es que podrá conseguir todos los bienes del mundo y continuará vacía, porque el futuro mejor no está limitado a las tristes fronteras de esta tierra. Nacimos para volar y, mientras vivamos escarbando la tierra en busca de oro, jamás descubriremos las bellezas del cielo azul y del espacio infinito.
Vuelve los ojos a Dios. Lo que realmente vale no está en esta tierra, “porque Dios tiene reservado algo mejor para ti”.
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