Ahora leamos:
2 Pedro 3:15-18 - Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amaos, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén
Lo que tal vez nos resulta más difícil en nuestra vida cristiana es nuestro crecimiento; cuando nos convertimos a Cristo somos como niños a quienes se les deben cuidar y alimentar, protegiéndoles de todo peligro....
Comenzarán a menguar hasta que finalmente el enemigo vuelve a señorearse sobre su vida logrando apartarlo de la iglesia, y es allí en donde le sobreviene la muerte espiritual.
Pero no es la intención de hablar de muerte sino de vida; lo normal es que los niños se alimenten y a través del crecimiento que adquieren sus cuerpos generan anticuerpos que le protegen de las enfermedades físicas; igualmente, los niños espirituales que se sustentan correctamente, con todo buen alimento espiritual, que oran, que leen y escudriñan las Escrituras, que se congregan, etc. se desarrollan y generan anticuerpos como consecuencia de la implantación de la Palabra de Dios en sus corazones, de manera tal que a pesar de los ataques del enemigo, a pesar de las pruebas y dificultades, no permitirán que se aparten del camino del Señor, creciendo continuamente.
Al convertirnos a Cristo tenemos un nuevo nacimiento espiritual y a partir de ése momento debemos alimentarnos espiritualmente; la vida cristiana no comienza con el asumir múltiples actividades en la iglesia, la vida espiritual comienza al unirnos a Cristo y nos unimos a Cristo mediante la oración y acciones de gracias (Colosenses 4:2) que viene a ser el cordón umbilical a través del cual nos llega el alimento primario de Dios, esto es la comunión íntima con el Creador.
El paso siguiente es el alimento sólido, en primera instancia como papilla, nuestros primeros biberones de leche espiritual, para luego ir incorporando todo aquello que alimente nuestro organismo espiritual; cuando comenzamos a caminar en Cristo es cuando comenzamos a leer las Escrituras; en realidad este es el mayor e imprescindible sustento espiritual, “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8), haciendo prosperar nuestra vida, y todo en nuestro crecimiento y desarrollo nos saldrá bien.
La falta de conocimiento o ignorancia profesa de los mandamientos divinos es algo serio puesto que origina graves problemas en nosotros, en nuestra vida cristiana y sobre todo en nuestra relación con el Señor.
El leer, el escudriñar constantemente la Palabra de Dios nos instruye en el camino santo, “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39), abriéndonos el paso para la comunicación del evangelio; como predicadores, todos nosotros, debemos hablar de las Escrituras, pero debemos hacerlo empleando la misma Palabra, poniendo por sobre todas las cosas el énfasis en la figura de Cristo, remarcando que Jesús es el Señor, “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10) y dando permanente testimonio de la autoridad que le ha sido conferida a través de su muerte, crucifixión, resurrección y ascensión a los cielos, para aún allí continuar desarrollando la tarea de abogacía ante el Padre Celestial, intercediendo por nuestras faltas y pecados.
Debemos tomar conciencia de que todo acto, toda acción y aún todo pensamiento que sea contrario a la voluntad de Dios, todo aquello que se contrapone con sus leyes y estatutos, están dañando el testimonio, “¿Tienes tu fe?. Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba” (Romanos 14:22) y la comunión con el Señor, debemos mantener en todo momento una vida de santidad, “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16), para que el Espíritu Santo pueda ejercer la acción transformadora en nuestras vidas; cuando nos salimos de los propósitos de Dios, cuando abandonamos o simplemente nos apartamos de la santidad que el Señor desea, dañamos la relación con Él y dañamos así mismo el templo del Espíritu Santo que es nuestro cuerpo.
Hemos sido hechos salvos para creer en las promesas del Señor (1 Juan 5:13) y cumplir con su voluntad, reflejando en nosotros su luz, hemos sido llamados para ser lumbreras a las naciones (Filipenses 2:15), pero para ello debemos estar llenos de Cristo, saturados del Espíritu Santo, de manera que hayamos sido moldeados conforme a su magnificencia; y vendrán las luchas, no terrenales sino espirituales, “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo....” (Efesios 6:12), y debemos ser bien concientes de ello puesto que vivimos en el mundo y el príncipe de este mundo es Satanás, quien tratará de vencernos, y es allí donde se pondrán en acción los anticuerpos espirituales que hemos generado a través de la Palabra, y perseverando en fe y oración constante es que echaremos fuera de nuestras vidas al enemigo y generaremos vallados en rededor nuestro.
Una mente dependiente del Espíritu Santo es aquella en que la oración ocupa un lugar preferencial y constante; depender del Señor es orar sin cesar poniendo nuestros propios deseos en conjunción con los de Él, enfrentando de esta forma nuestras luchas en la seguridad de que la ayuda del Señor vendrá a su tiempo y conforme a las promesas dadas en su Palabra.
Nuestra fortaleza es Cristo (Efesios 6:10), Él nos ha dado libertad; si bien en el Antiguo Testamento la libertad parece mas conmovedora, o mas humana, o tal ves mas tangible por tratarse de una libertad eminentemente física, en el Nuevo Testamento alcanza el alma y la vida espiritual, “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud” (Gálatas 5:1) y así serviremos en libertad, en la seguridad de que el Señor nos sostiene con su mano de justicia y de poder.
Decíamos anteriormente que vendrán luchas y vendrán tentaciones, pero estaremos fortalecidos en la Palabra de Dios, y es la Palabra misma que nos dice: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12), así venceremos y obtendremos la bendición; la bendición no está en lo que no tiene tentación, sino que es para el que la sufre y vence; el mismo Señor Jesucristo sufrió y padeció las tentaciones y los ataques contra sí mismo, Él fue tentado en el desierto (Lucas 4:1-13) pero fortalecido en la Palabra venció al enemigo.
Conclusión:
El gozo y la alegría de haber conocido a Cristo por medio de la fe, de disfrutar de la libertad física y espiritual que Él nos otorga debe estimularnos, debe incentivarnos a continuar de victoria en victoria hasta el fin, hasta que estemos en la misma presencia del Señor.
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